viernes, 27 de noviembre de 2015

Detrás de un niño difícil hay una emoción que no sabe expresar

Son muchos los padres y las madres que se quejan de que su niño es muy difícil, que siempre le ronda una emoción cargada de rabia que desahoga de forma inapropiada. Con rabietas, malas palabras o con sutiles actos de desobediencia.
Hemos de tener claro que ningún niño es igual a otro, y que ninguno de nosotros podemos saber tampoco qué tipo de necesidades pueden tener esas criaturas que acabamos de traer al mundo y para las cuales, deseamos todo lo mejor.
La emoción es la fuente de energía humana, es la llave que debe guiar a los niños, primero para entenderse a sí mismos, y para después, entender al mundo.
Los niños difíciles suelen a su vez generar muchas veces un nivel de estrés muy elevado en los padres, rozando en algunos casos la indefensión. No es un tema sencillo de abordar, y de hecho, no siempre nos valen los libros, ni si quiera la experiencia que tengamos con otro de nuestros hijos o las recomendaciones de algunos padres.
Tu hijo, el niño difícil, es único, especial e irrepetible. Y si hay algo que necesitan siempre es comprensión. La mayoría de las veces son niños con altas demandas encerrados en sus “palacios internos”, en espacios herméticos donde no encuentran puertas mediante las cuales, expresar esa emoción contenida. Esa necesidad. Hoy en nuestro espacio te invitamos a reflexionar sobre ello.

Los niños difíciles y la emoción contenida
Pongamos un ejemplo. Piensa en ese niño que ha tenido un mal día en el colegio, llega a casa y cuando sus padres le preguntan qué ha ocurrido, éste responde de mala manera. Ante esto, los padres deciden castigarlo en su habitación toda la tarde. ¿Qué hemos ganado con esto? ¿Hemos solucionado el problema? En absoluto.
La emoción bloqueada es una espina rodeada por un muro de piedras. Si levantamos más muros la espina quedará aún más escondida, así pues, el primer paso será ir retirando cada piedra de esa pared a través de la comunicación y el afecto.
Si el niño difícil nos pone muros, no levantes nuevas ciudadelas a su alrededor, no lo aisles, no lo descuides, no lo dejes solo. Todos tenemos claro que el proceso para llegar hasta ellos es complejo, no obstante, debes tener en cuenta estos aspectos previos:
·         Un niño difícil no siempre es consecuencia de una mala crianza. No debes culpabilizar a nadie.
·         Hay niños con altas demandas que piden muchísimo más que el resto, es su personalidad, su forma de ser y ello no quiere decir que nosotros, como padres, hayamos hecho algo mal.
·         Un niño que demanda y no recibe lo que busca o que no sabe expresarlo, acaba frustrándose. Son muchas las veces que ellos mismos se ven sobrecargados por un sinfín de emociones: esa rabia que a oscila con tristeza, otras con hastío, a veces con enfados…
·         Los niños difíciles requieren un mayor nivel de atención, comprensión, apoyo e incluso creatividad por parte de los padres.
Debemos ser artífices de sus mundos, unos mundos seguros donde se sientan cómodos para expresar esa emoción contenida que les permita conocerse, desahogarse, sentirse más libres y seguros para avanzar por cada uno de los escenarios que definen al niño a lo largo de su ciclo vital.

Como ayudar al niño difícil a canalizar sus emociones
Ya sabemos que el niño difícil demanda ante todo nuestra atención y cada una de las estrategias que podamos darle de forma creativa, para atender sus necesidades. Para ayudarle a gestionar todo ese mundo emocional que en ocasiones lo desborda y lo bloquea.
Recuerda siempre que la Inteligencia Emocional no es un rasgo, es una habilidad y por tanto como padres, como madres, es nuestro deber trasmitir a nuestros niños estas estrategias, este aprendizaje.
Toma nota de qué pasos deberíamos seguir para educar a los niños difíciles en este campo, en esa dimensión donde canalizar, donde dar forma y expresar esa emoción contenida.
Si al poder del refuerzo positivo
Si a un niño difícil le recriminamos sus errores, si lo infravaloramos, o lo reprendemos por sus reacciones, generaremos aún más rabia y más ansiedad. Recuerda siempre que este tipo de niños, en el fondo, son muy frágiles y disponen de una baja autoestima.
·         Usa verbalizaciones tan simples como: “yo confío en ti”, “yo sé que vas a poder con esto”, “yo sé que eres especial”, “yo sé que eres un niño valiente y por eso te quiero”…
Una palabra positiva genera una emoción positiva, y una emoción positiva genera confianza.
Sí a la comunicación que no juzga, que no compara ni sentencia
Hay padres y madres que cometen el error de comparar al niño difícil con sus hermanos, o con otros niños. No es lo adecuado. Al igual que es un error iniciar un diálogo que ya implica determinadas sentencias: “como, tú eres vago, tú nunca escuchas, tu siempre te portas mal…” Evita este tipo de comunicación y sigue siempre estas pautas:
·         No sondees, no interrogues. Descubre cuál es el momento en que el niño se siente más cómodo para hablar.
·         Dale confianza, cercanía y comprensión. Cuida mucho el tono de tu voz, es algo básico para conectar con los niños.
·         La comunicación debe ser diaria y continuada.
·         Nunca te rías o ironices de lo que te digan tus hijos. Para ellos es importante, y si encuentran esa falta de empatía por tu parte evitarán sincerarse contigo.

Sí a propiciar un equilibrio interno en el niño
·         Enséñale que cada emoción puede trasformarse en una palabra, que la rabia tiene forma, que la tristeza se puede compartir para aliviarla, que llorar no es malo y que tú siempre estarás ahí para escucharles.
·         Enséñale a respirar, a relajarse, a canalizar sus emociones a través de determinadas actividades con las que desahogarse y distraerse…
·         Enséñale a aceptar la frustración a que el mundo no puede ser siempre como ellos quieren.
·         Enséñales a escuchar y a hablar con asertividad. Diles que su voz siempre va a ser escuchada, que todo lo que diga es importante para ti…

·         Enséñales a tener responsabilidades, a valerse por sí mismos en cada paso y decisión que dan…

miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Qué mensajes esconden los malos comportamientos de los hijos?

¡Cuando nos emocionamos paramos el tiempo!  Las emociones nos impactan intensamente con una determinada  situación y nos hacen ser sensibles a su importancia, más allá del tiempo y el espacio. Volver a este tiempo y a ese espacio es la reacción que nos conecta de nuevo y que se expresa a través de una acción a la que denominamos comportamiento. 
Seguro que podemos identificarnos con ese momento en que disfrutamos oliendo el aroma de una flor, contemplando un amanecer o escuchando las risas infantiles. Ciertamente, se para el tiempo. También sucede cuando nos asustamos ante un peligro, sentimos una inmensa rabia por una injusticia o una profunda tristeza al perder a un ser querido.
Las emociones centran toda nuestra atención, ese es su gran poder y quizás la causa por la que, desde los primeros pensadores, se distinga entre emoción y razón incidiendo o debatiendo sobre la importancia de su relación. Ya Aristóteles nos advertía que “educar la mente sin educar el corazón, no era educar en absoluto” y en 1995 David Goleman, con su obra Emotional Intelligence, abría la puerta a la importancia de las emociones en la conducta humana y a la necesidad educativa de aprender a gestionar y controlar unas y otras. Desde entonces, muchas son las voces que abogan por la educación y la inteligencia emocional. Pero ¿realmente las emociones hay que educarlas?, ¿hay emociones positivas y emociones negativas?, ¿cuál es la verdadera relación entre emoción y razón?, ¿qué tiene que ver la emoción con el  comportamiento?, ¿qué parámetros utilizamos para diferenciar los malos de los buenos comportamientos?, ¿hay que contener las emociones o hay que aprender de ellas?
Muchas son las respuestas a tanta pregunta pero la más importante es que, sin duda, hemos de aprender de ellas. Las emociones están ahí para aprender. Hay que entender su función, comprender su mecanismo de acción y sobre todo saber identificarlas en un comportamiento. Contener una emoción es el resultado de un proceso educativo complejo que responde más a normativas sociales que al proceso evolutivo natural. Emocionarse tiene que ver con sentir y con desarrollar capacidades adaptativas que nos permitan aprender de la propia experiencia. Por ello, no es posible emocionarse sin que ello implique una acción. No hay emoción sin comportamiento, ni comportamiento sin emoción.
En los primeros meses de vida, los bebés son muy sensibles a todo aquello que ocurre a su alrededor. Su desarrollo cognitivo es muy precario para entender qué sucede. En cambio, su sistema sensitivo-emocional está muy desarrollado. Podemos decir que son pura emoción y que sus lloros y sonrisas, las expresiones de su estado emocional. Esas primeras conductas, reír y llorar, nos comunican qué sienten los bebés y qué necesitan que hagamos por ellos. Y, aunque desde ese primer momento las emociones son altamente específicas, el bebé sólo podrá identificarlas con la sensación de bienestar o de malestar que le producen. Cuando un bebé ríe, nos comunica su bienestar y nos traslada su alegría, haciendo que nos sintamos contentos y satisfechos junto a él. Cuando llora nos conmovemos con sus miedos, tristezas, enfados provocando una intervención que le ofrezca la seguridad necesaria para que ese malestar se resuelva.  Por ello, todo bebé necesita de un adulto que se haga responsable de esas emociones, que las escuche, interprete y les dé el significado que ayude al bebé a aprender. Que le ayude a aprender del valor del bienestar. Que le ayude a aprender que puede calmarse cuando algo va mal.
¿Qué es un mal comportamiento? Parece obvio que atribuimos ese calificativo a toda conducta que no responde a las normas socialmente establecidas, pero en realidad un “mal comportamiento” nos está expresando un malestar. Una rabieta, las malas contestaciones, el no obedecer, no querer comer o irse a dormir… no son respuestas que vengan motivadas por sensaciones de placer. ¿Podemos recordar la última vez que nuestro hijo o nuestra hija se portó mal? O mejor aún ¿podemos recordar cuándo lo hicimos nosotros? Un llanto incontenido, una contestación airada, un grito de terror, hasta incluso dar un puñetazo en la mesa o cerrar la puerta con un portazo pueden ser comportamientos, socialmente muy incorrectos,  pero emocionalmente muy sanos. Pensemos por un momento en que nos ocurre cuándo nos asustamos, enfadamos, cuándo nos cuesta aguantar la rabia ante una injusticia. Hemos aprendido a comportarnos según las normas establecidas. En la mayoría de los casos, a no dejar ver nuestra vulnerabilidad, a ser asertivos y “políticamente correctos” pero ¿ello nos hace sentir mejor?, ¿qué estamos aprendiendo?
¿No sería más adecuado poder identificar que nos ocurre y utilizar las capacidades adaptativas, propias de cada emoción? Eso es lo que habría que propiciar en nuestros hijos. Nacemos con un bagaje emocional innato que tiene como función desarrollar capacidades adaptativas esenciales para la vida. Nuestro cerebro es capaz de detectar el miedo, el enfado, la alegría, la tristeza, la sorpresa, la ira según la cualidad de los estímulos que percibamos, desde el mismo momento del nacimiento e incluso mucho antes. Todas las emociones tienen como finalidad el aprendizaje y el crecimiento, de ahí su función protectora y adaptativa. Tenerlo presente en el comportamiento de nuestros hijos nos da la oportunidad de acompañar su aprendizaje y desarrollo emocional. Por ejemplo, si sabemos que cuando nos enfrentamos a una situación en la que se ponen en cuestión nuestras propias capacidades, se activa la emoción del enfado para que desarrollemos el esfuerzo y la perseverancia, seguramente podremos reaccionar ante el comportamiento de frustración de nuestros hijos con recursos y estrategias que les permitan desarrollar esas capacidades.
La dificultad que tienen las emociones es tratarlas desde la calma. Ya hemos visto que toda emoción implica una intensidad y de esa intensidad será el tipo de comportamiento que genere. Si entendemos la noción de intensidad cómo una dimensión térmica en la que hay que tener la habilidad de regular,  habrá que aprender a enfriar cuando es alta y a calentar si está bajo cero. Por ello, si una emoción tiene como reacción un mal comportamiento, también tendrá una temperatura que graduar pero sobre todo, una razón de ser que atender. No se puede bajar la temperatura de un incendio si no se ponen los medios para apagarlo y siempre será más adecuado calentar un bloque de hielo si antes lo sacamos del congelador. Con las emociones pasa lo mismo, comprender esa razón de ser y tomar consciencia de qué capacidad hemos de poner en marcha, es fundamental para una óptima salud emocional que propicie el aprendizaje y el desarrollo madurativo. Además, favorecerá que actuemos desde la calma. Saber nos calma y propicia que razón y emoción se complementen, pero para ello hace falta un largo recorrido. Recorrido que en los peques necesitará de al menos los primeros 6 años y no se completará hasta alcanzada la edad adulta y a veces, toda la vida.
La etapa infantil tiene esa gran misión, desarrollar las capacidades adaptativas implicadas en cada una de las emociones básicas. Y un mal comportamiento nos da la oportunidad de intervenir en ese proceso, de ejercer nuestra  responsabilidad de adultos, acompañar el aprendizaje infantil. Puntos clave para hacerlo con éxito:
  1. Conocer el valor de las emociones y sus características para poder identificarlas en cualquier tipo de comportamiento.
  2. Ante un mal comportamiento, mantener la calma. Sin calma es difícil descubrir qué emoción se esconde tras un comportamiento.
  3. Y, una vez calmados, calmar. Ya sabemos que toda intensidad hay que graduarla para que sea operativa. Si no paramos una rabieta, si no ponemos calidez a una situación de pánico, será difícil que nos puedan escuchar.
  4. Sentirse comprendido es primordial para que nos presten atención. Hay que decirles que entendemos lo que les pasa y verbalizar su situación de malestar.
  5. Hay que poner significado a su malestar enunciando la emoción que está operando y la función que hay que realizar.
  6. Ayudar a que esa función se realice, animando, ofreciendo alternativas.

Un ejemplo para entenderlo un poco mejor.  Sabemos del valor del enfado. Si no pudiéramos enfadarnos no podríamos reconocer la frustración que nos causan nuestras limitaciones, las reales y las que aún no hemos explotado del todo.  El enfado nos fuerza a perseverar y buscar nuevas estrategias. Imaginemos que nuestro hijo o nuestra hija, está montando una construcción y se le desbarata una y otra vez. Entonces, estalla a llorar o inicia una pataleta. Podemos enfadarnos por la escena y su poca paciencia o, podemos comprender que está sucediendo y actuar adecuadamente. Le podemos  calmar con un “vaya, ya veo que es difícil lo que estás haciendo y eso te pone de muy mal humor, cálmate que estoy aquí, a ver si te puedo ayudar”. Explicarle, que se ha enfadado porque no le sale lo que quiere, pero que si sigue intentándolo o lo intenta de otra manera, seguro que podrá conseguirlo. Permanecer a su lado para animarle y valorar su logro. El resultado no sólo será satisfactorio sino que le habremos ofrecido una nueva manera de aprender que va a reforzar su autoestima y la confianza en sí mismo.
¿Te animas a ponerlo en práctica?

lunes, 23 de noviembre de 2015

CÓMO TRABAJAR LA PACIENCIA

La paciencia es la gran asignatura pendiente de padres y madres. ¿Por qué siempre cuando pensamos en cómo educamos a nuestros hijos confesamos que perdemos la paciencia? 
Una de las definiciones de la PACIENCIA la describe como “el equilibrio durante emociones extremas”. ¿Cuál es la actividad diaria que más implicación emocional tiene para nosotros? Criar y educar a nuestros hijos es sin lugar a dudas lo más bonito e increíble que haremos en nuestra vida pero también lo más intenso, conlleva una “carga” emocional inmensa sumada a un desgaste físico importante, que es fácilmente desbordada ante cualquier momento de estrés. El problema es que nos sentimos culpables. La culpa no arregla, no nos deja avanzar, no nos permite encontrar las estrategias que nos mantengan más calmados la próxima vez… Debemos entender que perder la paciencia es humano, es la consecuencia de una “desconexión” con nuestro “cerebro racional” como respuesta a un una serie de circunstancias que nos hacen “apagarnos” y dejar actuar al modo “defensa-ataque” de nuestros cerebro más primitivo. Es una respuesta fisiológica. Perder la paciencia con nuestros hijos y vernos “fuera de nuestras casillas” no es algo agradable, los queremos más que a nuestra propia vida y no entendemos por qué con ellos a veces no somos capaces de controlarnos. Y eso nos preocupa, por eso suele ser nuestra principal “confesión” cuando hablamos de educación.

¿Cómo podemos conseguir no perderla o recuperarla? 
Yo creo que el principal camino para llegar al autocontrol es la aceptación y el conocimiento de nosotros mismos. Si identificamos aquello que nos lleva al límite de nuestra cordura, los factores que influyen en nuestra manera de afrontar cada reto diario, tendremos una herramienta muy poderosa: la anticipación. Debemos ser también realistas,  en un mundo de prisas, estrés, inmediatez y totalmente deshumanizado, llegar fácilmente al límite de nuestro “aguante” es lógico, es casi necesario.
A veces es un aviso de que necesitamos parar, coger aire y hacernos la siguiente pregunta ¿Estoy bien? Debemos ser conscientes de que no son nuestros hijos los que nos hacen perder la paciencia, sino muchas veces la falta de autocuidado, que nos hace ponernos en segundo plano, “exprimirnos” para luego “saltar” ante un momento de tensión.

Cuanto mejor estemos nosotros mejor podremos afrontar momentos complicados que requieran de todas nuestras estrategias, paciencia, humor e ¡imaginación! Otro de los principales factores que considero fundamentales a la hora de no perder la paciencia es entender el comportamiento de nuestros hijos, saber leer las conductas inadecuadas como malas decisiones. Si somos capaces de buscar más allá, los malos comportamientos se convertirán en retos que solucionar, no en “interruptores” que hagan saltar nuestra paciencia.

Me gustaría facilitar un proceso de cambio a las familias que acudan al taller, transmitir una nueva forma de pensar la educación para que ellos mismos elaboren sus propias estrategias de auto-regulación, compartir la idea de que la educación es un camino apasionante en el que se nos presentan infinidad de retos que pueden ser utilizados para crecer y avanzar en familia.
Perder la paciencia es muy humano y si utilizamos esos momentos como señales de que algo no va bien y las aprovechamos para aprender y para buscar soluciones, estoy segura de que dejaremos la culpa atrás y nos enfocaremos en una visión mucho más positiva de la educación de nuestros hijos.
Desde esa actitud conciliadora, resolutiva y optimista, ¿qué habilidades para la vida estaremos facilitando a nuestros hijos? Ese es el mensaje.

¿Qué retos de los que tenemos padres y madres ante nosotros son más importantes, en tu opinión?
Creo que la educación en el respeto es la clave y al mismo tiempo, el mayor de nuestros retos en estos momentos. ¿Cómo podemos enseñar respeto y ayudar a nuestros hijos a que sepan respetarse a sí mismos, a los demás y a las circunstancias? Con las estrategias y herramientas que tenemos actualmente no conseguimos resultados a largo plazo, caemos en el castigo y el premio para intentar modificar conductas pero… ¿estamos EDUCANDO? Necesitamos herramientas nuevas para establecer los límites necesarios para la convivencia sin controlar, sobreproteger o faltar al respeto a nuestros hijos, sino motivarles para que alcancen por sí mismos habilidades necesarias para la vida. Nuestros hijos no necesitan que les enseñemos a obedecer, necesitan sentir que se les tiene en cuenta para contribuir a la familia, enseñarles a colaborar para crecer juntos. Es necesario sembrar las semillas de la confianza en la familia, el respeto mutuo y la pertenencia y así guiarles para que tomen buenas decisiones.
Se dice que actualmente los niños “se portan peor”, yo no lo creo, yo opino que nos están pidiendo horizontalidad, respeto, formar parte activamente en la familia. Tienen muchísimo que aportar desde su imaginación desbordante, su capacidad para ilusionarse y esa manera nueva de mirar al mundo. Nuestro mayor reto es sustituir las luchas de poder en la familia por colaboración desde el respeto y la confianza.


Agradezco infinitamente la oportunidad que se me ofrece con la posibilidad de impartir este taller para compartir, para difundir una nueva forma de pensar en la paciencia, en la educación y en un ambiente familiar mucho más amable… Es muy necesario hablar de educación consciente y responsable, no para agobiarnos o sentirnos más presionados todavía, sino para coger las riendas de lo que es y será el “trabajo” más importante, más enriquecedor y más bonito de nuestras vidas. No podemos seguir utilizando únicamente las estrategias que nuestros padres utilizaban ¡El siglo pasado!, hay cosas que no deben cambiar pero la vida y los diferentes movimientos sociales nos presentan retos a los que no tuvieron que enfrentarse generaciones anteriores. Nosotros podemos utilizar estos retos para crecer y educar de manera consciente y diferente si utilizamos las herramientas adecuadas. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

Diferencias entre poner un castigo y hacer cumplir los límites



Diferencias entre poner un castigo y hacer cumplir los límites



Las diferencias entre poner un castigo y hacer cumplir los límites es otras de las dudas más recurrentes en los talleres ( Cuando te llevas a tu hija del parque porque quiere cruzar la calle sola ¿no es un castigo?.

El hecho de que tus hijos pierdan privilegios lo vivirán como castigos o no dependiendo de varios factores:

· La forma en la que lo pierde.

· La intención con la que se lo haces perder.

· La creencia que genera en el niño.

Sobra decir que los límites son necesarios. Los niños se sienten seguros cuando saben a qué atenerse y hasta donde pueden llegar. Les transmiten seguridad. Pero esto solo es así cuando somos coherentes y los hacemos valer. Si el niño es mayor de cuatro años, lo ideal es que pueda ser partícipe en la búsqueda de soluciones a su mala conducta, con ánimo de que se sienta responsable de sus actos. Cuando son más pequeños y se encuentran ante algo peligroso es necesario intervenir. Cuando son muy pequeños es mejor distraer, redirigir la conducta (“salta mejor aquí”) o directamente retirar al menor del peligro. Pero cuando son más grandes…

ES UN CASTIGO : “Cómo tardes más en la ducha te quedas sin ver los dibujos animados antes de la cena”.

ES UNA CONSECUENCIA LÓGICA: “Si el tiempo de la ducha se alarga, no vas a poder ver los dibujos animados antes de la cena. Ya sabes que las nueve son la hora límite para ir a la cama”.

(Y por supuesto, si ha alargado la ducha y se ha hecho tarde, no se ponen los dibujos, se ponga como se ponga tu hijo).

¿En qué se diferencian?

· LA FORMA: La primera es autoritaria. Intenta imponer. Es una orden. El niño no pinta nada. No debe pensar nada. Solo actuar. Se le advierte del castigo. Porque quieres que lo pase mal por no haber hecho las cosas como debía (ducharse más rápido). La idea es: si hoy sufre las consecuencias a lo mejor mañana se lo piensa y no tarda tanto. Puedes vivirlo como el inicio de una lucha de poderes que una vez empezada no vas a dejar. Tienes que ganar y por lo tanto tu hijo tiene que perder. En la segunda, podrías pensar que la consecuencia es la misma. El niño dejará de ver los dibujos animados pero no con ánimo de que sufra por haberse retrasado sino por una cuestión de tiempo. Informas que la hora de acostarse es invariable y si se alargan algunas acciones hay que reducir otras. El niño no se pone a la defensiva porque no se siente atacado. Se siente respetado y con margen de maniobra para que pase lo que pase sea asunto de él, aunque no le guste lo que ocurra.

· LA INTENCIÓN: Con el castigo, quieres que tu hijo PAGUE las consecuencias de no hacer caso. En la segunda opción, tu hijo APRENDE que sus acciones tienen consecuencias.

· EL IMPACTO O CREENCIA EN EL NIÑO: En la primera, tu hijo se siente retado, chantajeado. Dependerá de su personalidad si se siente con ganas de revancha o poco querido por sentir que ha entrado en una batalla en la que es muy probable que salga perdiendo. No existe aprendizaje, solo imposición. En el segundo ejemplo, no siente que le estén retando. Le informan de las consecuencias para que él decida. Se siente respetado y no se ha resentido su autoestima o su creencia sobre el amor que le profesas. Simplemente debe decidir y aprenderá de sus propias lecciones. Aunque, repito, le cueste aceptarlo y no le guste la idea.

Finalmente, es importante que recuerdes no caer en la tentación de simplemente usar un envoltorio diferente para castigar. La comunicación no verbal transmite más que las propias palabras y soltar una coletilla del tipo, “Ves, Te lo dije. Tenías que haberme hecho caso” solo genera resentimiento. Para que realmente no impongas castigos, lo importante es olvidarte de entrar a luchar. No lo hagas, aunque te apetezca, respira y acepta que tu hijo debe aprender por sí mismo y aunque tardes más y estés cansada, es la mejor manera de que aprenda y asuma su responsabilidad sin que se resienta la relación entre ambos.

jueves, 12 de noviembre de 2015

OS ANIMAMOS A VER TEATRO!!!!!!!!!!!!

SALA MARGARITA XIRGU, ALCALÁ DE HENARES.MADRID
DOMINGO 22 ESPECTÁCULO PARA BEBES: “PON GALLINITA, PON”. DE 9 A 36 MESES.
REALIZAREMOS DOS PASES: 11:30 Y 12:30
LA VENTA DE ENTRADAS SE REALIZA EN LA MISMA SALA UNA HORA ANTES DEL INICIO DE FUNCIÓN, TAMBIÉN SE PUEDE HACER RESERVAS PREVIAS.
MÁS INFORMACIÓN EN: “SALA MARGARITA XIRGU”

BIBLIOTECA LEÓN TOLSTO, DE LAS ROZAS MADRID.
VIERNES 20 CUENTOS PARA TODA LA FAMILIA: “ALMARIO”. A PARTIR DE 4 AÑOS.18:00 HORAS
 
BIBLIOTECA CARDENAL CISNEROS DE ALCALÁ DE HENARES.
SÁBADO 21 CUENTOS PARA TODA LA FAMILIA. A PARTIR DE 4 AÑOS.12:00

viernes, 6 de noviembre de 2015

CURSO PRIMEROS AUXILIOS PARA FAMILIAS Y EDUCADORAS

OS RECORDAMOS QUE EL PRÓXIMO LUNES 9 DE NOVIEMBRE COMENZAMOS EL CURSO DE PRIMEROS AUXILIOS A LAS 13-30 EN EL AYUNTAMIENTO DE VILLAR DEL OLMO. VA A SER SUPER INTERESANTE OS ESPERAMOS

jueves, 5 de noviembre de 2015

TERTULIAS DIALÓGICAS


EL PRÓXIMO 11 DE NOVIEMBRE A LAS 9.30 COMENZARÁ EL PROYECTO INTERESANTÍSIMO DE LAS TERTULIAS DIALÓGICAS. A CARGO DE LA ORIENTADORA DEL EQUIPO DE ATENCIÓN TREMPRANA ESPERANZA HERNÁNDEZ MARTÍN, TRABAJAREMOS CON LAS FAMILIAS EL CONOCIMIENTO DEL DESARROLLO DEL CEREBRO DEL NIÑO DE 0-3 AÑOS Y ASPECTOS FUNDAMENTALES; ASÍ COMO EL DESAROLLO EVOLUTIVO DEL NIÑO EN ESTAS EDADES.
SE REALIZARÁN EN 4 SESIONES LOS DÍAS 9 DICIEMBRE. 13 ENERO Y 10 FEBRERO
¡¡ANIMAROS!! VA A SER SUPER INTERESANTE; SE TRATA DE COSNTRUIR COLECTIVAMENTE UN SIGNIFICADO Y CONOCIMIENTO EN BASE AL DIÁLOGO DE TODOS LOS PARTICIPANTES EN ELLAS. ASÍ QUE SIN MIEDO QUE CUALQUIER OPI9NIÓN ES VÁLIDA.


9 RAZONES POR LAS QUE LOS NIÑOS NO DEBERÍAN TENER DEBERES

Más de seis horas semanales es lo que un niño español tarda de media en hacer los deberes. Y tal vez deberíamos dar gracias, ya que en 2003 eran más de siete horas a la semana. En Finlandia, por el contrario, no llegan a las tres horas.Podría parecer que a más deberes, mejores resultados académicos, pero nada más lejos de la realidad.
Entonces, si no está ha demostrado que los deberes, al menos como se conciben habitualmente, tengan un efecto positivo, si no mejoran en algo los conocimientos del niño ni mejora los resultados académicos, ¿qué se consigue gracias a ellos? ¿Por qué esta obsesión en la mayoría de colegios y maestros por enviar todos los días deberes a casa? Queremos que los niños sean responsables y constantes, pero, ¿se puede lograr algo beneficioso cuando los niños sufren con tanto trabajo y sin tiempo libre?
España tiene mas horas lectivas y más deberes que la mayoría de países de nuestro entorno y sin embargo su puesto es mediocre en el informe PISA que evalúa el rendimiento de los estudiantes en los países de la OCDE. Donde, como ya podéis imaginar, Finlandia ocupa el podium, junto a Corea del Sur, otro país con unos deberes casi inexistentes.
Recientemente se ha reabierto del debate "deberes sí - deberes no", pero sigue sin cambiar nada, al menos en la mayoría de colegios. Otros, apostando por métodos que motiven al niño y lo impliquen niño de manera que se fomenten sus ganas de aprender, no mandan deberes, o no tantos, o mandan otro tipo de tareas.
Por eso creo que puede haber matices y de ellos hablo al final de este tema, pero empezaré por nueve buenas razones por las que los niños no deberían tener deberes.
deberes

Por qué eliminar los deberes

  • Las jornadas escolares ya son lo suficientemente largas como para añadirles dos o tres horas. El cole es "el trabajo" de nuestros hijos y no se puede alargar cada día como si no existiera una frontera entre el trabajo y el ocio, la relajación. Este tema se pone de manifiesto perfectamente en una reciente campaña a favor de la eliminación de los deberes que os comentamos.
  • Los deberes impiden dedicar tiempo al juego y a relacionarse con otros niños, a realizar extraescolares que les gusten como un deporte, música... El juego es un derecho de los niños pero parece que en una sociedad obsesionada con las actividades extraescolares impuestas, con la competitividad y con el éxito, el espacio que dedicamos al juego se minimiza. Los niños haciendo deberes se pierden jugar con sus amigos, con sus padres, algo que se debería hacer todos los días y que muchas veces impiden estas tareas.
  • Los deberes impiden dedicar tiempo a la lectura. Podríamos pensar que al hacer deberes también leen, pero no hablamos de ejercicios o de lecturas obligatorias, sino de leer por placer, de coger un cuento o un cómic que me apetece. Los niños también tienen derecho a que les contemos cuentos, pero muchas veces al acabar la jornada y haber pasado la tarde haciendo deberes con los niños, no quedan tiempo ni fuerzas para hacer de cuentacuentos.
  • Los deberes causan tensiones familiares, ya que se condiciona el tiempo libre de todos. Lo que podría ser una tarde o un fin de semana relajado se convierte en un tira y afloja con los niños porque tienen que hacer los deberes y en una obligación nuestra cuando tenemos que sentarnos con ellos a hacerlos. Puede que, si a los deberes se les suman exámenes, incluso haya familias que se ven obligadas a suspender alguna actividad de ocio, alguna salida el fin de semana o simplemente una sesión de películas en casa por culpa de estas tareas. Si esto sucede una semana tras otra y un fin de semana tras otro, y más cuando los niños son pequeños, la convivencia se resiente.
  • No se fomenta el trabajo autónomo, ya que el alumno pequeño la mayoría de veces no ha adquirido en el colegio los conocimientos o destrezas suficientes como para poder desarrollar la tarea que se le encomienda él solo, fuera de clase. Entonces, los padres (cuando pueden) hacen su aparición para ayudar a los niños, pero casi siempre sin que realmente los pequeños hayan aprendido cómo trabajar o resolver cierto problema autónomamente.
  • Por lo que acabamos de comentar, en cierto modo se obliga a los padres a ejercer de profesores, a intentar explicarles lo que tienen que hacer e incluso a hacerlo por ellos, porque nos han dicho que parte de la nota del alumno será la realización de las tareas en casa. Esto, en el caso de que los padres seamos capaces de ayudarles. Pero, ¿qué sentido tienen los deberes si los hacemos los padres? ¿No sigue el niño sin aprender realmente? Y lo que es peor, ¿no seguirá aborreciendo estas tareas que no entiende y que no sabe hacer solo?
  • Los deberes promueven tareas repetitivas, mécanicas, idénticas, sin atender a la diversidad de los alumnos. La atención a la diversidad y la educación individualizada son primordiales, pero en la mayoría de deberes que se mandan a casa no se atiende a estos parámetros, de modo que los deberes son una manera de "estandarizar". Para salvar o más bien tapar las diferencias, se les puede mandar a los alumnos tareas repetitivas y mecánicas que tampoco van a ayudarles a aprender. Puede que en el caso de estos deberes los padres no tengan que ayudar a los niños, pero llegamos al extremo de lo absurdo porque comprendemos que son tareas inútiles y desmotivadoras.
  • Los alumnos aborrecen el estudio por cansancio. Lo acabamos de decir y es que estos puntos están relacionados. Todo lleva a lo mismo: a que el alumno no obtenga ningún placer con lo que hace, lo cual, tarde o temprano, le puede llevar al abandono. Necesitamos niños motivados para que aprendan y por desgracia los deberes no suelen tener nada de motivadores.
  • Los deberes aumentan las desigualdades entre las familias por el nivel cultural y económico, ya que algunos padres podrán apoyar a los alumnos y otros no. Familias con más recursos o estudios que se pueden permitir que el niño vaya a una academia, tenga un profesor particular o ayudar a sus niños a hacer las tareas, frente a otras familias que no tengan posibilidades de ayudarlos por desconocimiento ni posibilidades de que otros les ayuden porque cuesta dinero.
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Y si ponemos deberes, ¿cómo deberían ser?

Vale, ya hemos dejado claro por qué no los niños pequeños deberían tener deberes. Pero imaginemos un mundo en el que no se pudieran eliminar, un mundo en los que los niños tienen deberes sí o sí. Bien, cambiemos el tipo de deberes para que no sean tan perjudiciales, tan inútiles.
Empecemos señalando que los deberes deberían ser no evaluables, es decir, que no formaran parte de la calificación del niño o niña. Esto quitaría presiones a padres e hijos y no repercutiría en la desigualdad de los alumnos que hemos comentado anteriormente.
Los deberes no deberían ser de conceptos no explicados anteriormente, no trabajados o no entendidos por los alumnos, de modo que en todo caso sirvan para ampliar o reforzar un conocimiento ya adquirido. Esto podría significar que en una misma clase unos alumnos podrían llevar un ejercicio que para otros resulte demasiado avanzado e imposible de resolver por sí mismos, de modo que, si atendemos a la diversidad, los deberes tendrían que ser diferentes (algo impensable con las ratios y los refuerzos en las aulas).
Por otro lado, ¡qué distintos serían los deberes si se hicieran a través de juegos! Porque jugando, el niño está motivado y la motivación es clave y base de cualquier aprendizaje. Implicar al niño en la tarea, siendo activo, creando.
Claro que el sistema de libros de texto que predomina en la educación no es el más adecuado para ello, pero ya se ve en muchos libros que se incorporan ejercicios prácticos, con juegos, muy experimentales y que atraen a los niños. Es lo que se consigue trabajando por proyectos, cuando el niño se ve realmente involucrado en el proceso de aprendizaje y muy motivado.
Finalmente, creo que los maestros deberían coordinarse a la hora de poner deberes y también de poner exámenes (que cada vez parece que empiezan antes a hacer controles) de modo que los niños no se vean agobiados ni saturados con tantas tareas al mismo tiempo, o en un mismo fin de semana...
En definitiva, no se trataría de demonizar los deberes sino de cambiar el concepto. Si tenemos nueve buenas razones para eliminar los deberes es porque los deberes tal y como están planteados habitualmente no tienen ningún beneficio. Pero sí puede haber otro tipo de tareas que anime a los niños a aprender, que les diviertan y que no supongan un trance familiar. Vosotros, ¿también sufrís los deberes en casa?